El 8 de diciembre de 1980, Mark David Chapman, un trabajador del servicio sanitario, se emboscó frente a la puerta del suntuoso e histórico edificio Dakota, en Manhattan, en uno de cuyos pisos residía el ex-Beatle John Lennon.
Esa noche, cuando el artista arribó al lugar, Chapman se le acercó y le disparó cinco balas de punta hueca con un revólver calibre 38. Cuatro de los proyectiles dieron en el blanco. Lennon alcanzó a arrastrarse unos escalones mientras musitaba “me dispararon”, y luego murió.
Oriundo de Honolulu, Hawái, Chapman había viajado a Nueva York por primera vez un mes antes con la intención de asesinar al músico, pero no lo hizo. En esa ocasión, solo le acercó una copia del disco Double Fantasy, lanzado ese año por Lennon, y le pidió que se lo firmara. El músico lo hizo con amabilidad e incluso le preguntó si deseaba algo más de él.
A fines de agosto, Chapman pasó por una audiencia judicial en el marco de una nueva solicitud de libertad condicional, la decimocuarta desde que cometió el crimen. Esta vez, su comparecencia arrojó una novedad: se refirió al móvil del asesinato.
Según se lee en una transcripción de las declaraciones, publicada por el periódico The New York Post, Chapman dijo que obró en busca de notoriedad, por el simple deseo de “ser alguien”.
“Esto fue por mí y solo por mí, desafortunadamente, y tuvo mucho que ver con su popularidad. Mi crimen fue completamente egoísta”, declaró el asesino.
El criminal se disculpó por el sufrimiento causado a los fans y amigos del músico, pero el comité consideró sus palabras poco convincentes y —al igual que en las 13 solicitudes anteriores— no le concedió la libertad condicional.
“Ya no tengo ningún interés en ser famoso. Pónganme bajo la alfombra, en cualquier lugar. No quiero ser famoso nunca más”, expresó.
Ya en 2018, en otra audiencia por la libertad condicional, había dicho que su crimen tenía como objetivo ganar notoriedad.