Según un documento desclasificado del Departamento de Estado de Estados Unidos, comprometido con el golpe para derrocar a Allende, a las nueve de la noche del lunes 10 una fuente de información (el documento tiene tachada su identificación y un texto aclara entre paréntesis “protect source – fuente protegida”) llegó hasta la casa de un funcionario militar de la embajada americana en Santiago. El documento lo menciona como “AIRA”, lo designa al AIR Attache, agregado militar de la Fuerza Aérea de Estados Unidos, con una información de vital importancia.
Esa fuente anónima reveló al oficial americano: “Aproximadamente a las 0500 de la mañana del 11 de septiembre, hora local, todas las comunicaciones serán tomadas por las fuerzas armadas; adicionalmente, sucederá lo mismo con todas las fuentes de energía eléctrica y con otros servicios sociales críticos que serán capturados en un esfuerzo total por parte de las fuerzas armadas de forzar un golpe militar para derrocar al presidente Allende . El documento explica luego que a las ocho y media de la mañana, todas las emisoras de radio tomadas por los golpistas debían emitir un anuncio que revelara a los chilenos que las fuerzas armadas pretendían “aliviar de inmediato los problemas que enfrentaba la nación, ofrecer una inmediata solución y pedir al pueblo que soportara con ellos la búsqueda de una solución a los problemas que afectan al país desde hace largo tiempo”. Luego establecía que ese informe al público “enfatizará que este es un problema interno y que no existe asistencia o intervención del exterior en el golpe”.
Esto último no era verdad. Estados Unidos y su presidente, Richard Nixon, había decidido que no iba a tolerar un gobierno de Allende en Chile. Primero, intentó impedir su asunción desde el mismo día en que Allende ganó las elecciones presidenciales, el 4 de septiembre de 1970, hasta el 24 de noviembre, día que su cargo debía ser confirmado por el Congreso chileno dado que Allende no había alcanzado la mayoría absoluta en la elección. En esos meses, un operativo de la CIA terminó con el asesinato del jefe del Ejército, general René Schneider, que se oponía a una ruptura institucional. Una vez que asumió Allende, Estados Unidos, Nixon y su principal asesor de seguridad, Henry Kissinger, que todavía no era secretario de Estado, Nixon lo ascendió días después del golpe en Chile, cercaron al gobierno chileno, enfrentado con sus propias luchas internas, hasta forzar el golpe militar que contó con el apoyo de un amplio sector de la sociedad chilena, militares, empresarios y políticos opuestos a lo que se llamó entonces la “vía chilena al socialismo”. A cincuenta años de aquellos días trágicos y apasionantes para el continente, lo que fue secreto ya no lo es. Kissinger narró en sus memorias con sorprendente candor, no es un hombre que pueda definirse como candoroso, que Nixon había puesto sobre la mesa “cuarenta millones de dólares para hacer crujir la economía chilena”.En los primeros minutos del 11 de septiembre, el golpe había dado ya sus primeros pasos, todavía tambaleantes. Cuando la fuente anónima se fue de la casa del agregado militar americano, hacía ya tres horas que el almirante José Toribio Merino decidió barrer de la cúpula de la Armada s su jefe natural, el almirante Raúl Montero, se proclamó jefe de la Armada e instaló su comando en Valparaíso, la importante y bella ciudad costera y puerto sobre el Pacífico. Lanzó entonces la “Operación Silencio”, que consistía en un despliegue militar que acallara todos los sistemas de comunicación entre esa ciudad y la capital. A las cuatro y media de la mañana, las tropas de Merino atacaron y capturaron las radios afines a Allende y las Fuerzas Armadas iniciaron así sus transmisiones en cadena a través de Radio Agricultura. A esa misma hora, un grupo comando de la Armada entró en la casa del ya destituido almirante Montero para mantenerlo incomunicado y sin poder siquiera usar su auto.las siete cincuenta y cinco, Allende habló por Radio Corporación: “Habla el presidente de la República desde el Palacio de La Moneda. Informaciones confirmadas señalan que un sector de la marinería habría aislado Valparaíso y que la ciudad estaría ocupada, lo que significa un levantamiento contra el Gobierno, del Gobierno legítimamente constituido, del Gobierno que está amparado por la ley y la voluntad del ciudadano.” Hizo un llamado a la normalidad y puso una cuota de esperanza en “los soldados de la Patria”. Volvió a hablar veinte minutos después: “Trabajadores de Chile: les habla el presidente de la República. Las noticias que tenemos hasta estos instantes nos revelan la existencia de una insurrección de la Marina en la Provincia de Valparaíso. He ordenado que las tropas del Ejército se dirijan a Valparaíso para sofocar este intento golpista. Deben esperar las instrucciones que emanan de la Presidencia. Tengan la seguridad de que el Presidente permanecerá en el Palacio de La Moneda defendiendo el Gobierno de los Trabajadores. Tengan la certeza que haré respetar la voluntad del pueblo que me entregara el mando de la nación hasta el 4 de Noviembre de 1976. Deben permanecer atentos en sus sitios de trabajo a la espera de mis informaciones. Las fuerzas leales respetando el juramento hecho a las autoridades, junto a los trabajadores organizados, aplastarán el golpe fascista que amenaza a la Patria.”
A las ocho cuarenta y cinco ya no pudo ocultar su preocupación: “Compañeros que me escuchan: La situación es crítica, hacemos frente a un golpe de Estado en que participan la mayoría de las Fuerzas Armadas. En esta hora aciaga quiero recordarles algunas de mis palabras dichas el año 1971, se las digo con calma, con absoluta tranquilidad, yo no tengo pasta de apóstol ni de mesías. No tengo condiciones de mártir, soy un luchador social que cumple una tarea que el pueblo me ha dado. Pero que lo entiendan aquellos que quieren retrotraer la historia y desconocer la voluntad mayoritaria de Chile; sin tener carne de mártir, no daré un paso atrás. Que lo sepan, que lo oigan, que se lo graben profundamente: dejaré La Moneda cuando cumpla el mandato que el pueblo me diera, defenderé esta revolución chilena y defenderé el Gobierno porque es el mandato que el pueblo me ha entregado. No tengo otra alternativa. Sólo acribillándome a balazos podrán impedir la voluntad que es hacer cumplir el programa del pueblo.
Dieciocho minutos más tarde, a las nueve y tres, habló bajo el estruendo de las bombas y por Radio Magallanes, que no había sido tomada todavía por los golpistas: “En estos momentos pasan los aviones. Es posible que nos acribillen. Pero que sepan que aquí estamos, por lo menos con nuestro ejemplo, que en este país hay hombres que saben cumplir con la obligación que tienen. Yo lo haré por mandato del pueblo y por mandato consciente de un Presidente que tiene la dignidad del cargo entregado por su pueblo en elecciones libres y democráticas (…) Esta es una etapa que será superada. Este es un momento duro y difícil: es posible que nos aplasten. Pero el mañana será del pueblo, será de los trabajadores. La humanidad avanza para la conquista de una vida mejor. Pagaré con mi vida la defensa de los principios que son caros a esta Patria